El campo de trabajo de San Gil es un voluntariado diferente a todos los demás. En realidad, no llegas a “trabajar” con personas discapacitadas intelectualmente, sino que aprendes a convivir con ellas. Y te das cuenta de que esas personas simplemente tienen un coeficiente intelectual algo inferior al tuyo, pero también poseen muchas otras cualidades que suplen esta carencia.
Con el tiempo acabas viendo que todos
tenemos carencias, ya sean sociales, emocionales o de cualquier otro tipo. Pero
sólo se reconocen las intelectuales. Conforme vas pasando los días con ellos,
ves que no viven acomplejados por su condición. Todo lo contrario, se esfuerzan
por ser felices y superar sus dificultades. A pesar de los problemas, siempre
tienen una sonrisa en la cara.
Y en realidad son muy diferentes a
nosotros. Habitualmente solemos hacer un montón de un grano de arena con
cualquier dificultad que se nos presenta, ponemos mala cara y muchas veces
abandonamos nuestras actividades. Sin embargo, ellos acudían todos los días con
ilusión a todas las tareas y excursiones, sin importar que hiciese calor, frío,
lloviese o estuviesen cansados. Nunca se quejaban, sólo disfrutaban del
momento.
Otro aspecto que me ha llamado la atención y ha sido muy revelador es la confianza que depositan en la gente. Se abren rápidamente, te cuentan sus emociones sin miedo. Además, te dan abrazos, muchísimos abrazos. Sin lugar a dudas, nos superan muchísimo en este aspecto. Es curioso que generalmente a nosotros nos cueste manifestar emociones y decir cómo nos sentimos y a ellos tampoco, pero aun así se les llame “discapacitados”.
Este campo de trabajo, pues, puede llegar a ser una experiencia terapéutica y reveladora. Te ayuda a conocerte mejor a ti mismo y descubrir cuáles son tus limitaciones, al mismo tiempo que te permite inspeccionar nuevas alternativas. Pero lo más importante es la gran experiencia que se vive con los usuarios, voluntariados y monitores, porque te acaban demostrando que todos somos como una gran familia.