martes, 25 de octubre de 2011

Valoración Personal de Mario, Voluntario del C.T. San Gil/Placeat 2011

La vida es como una caja de bombones, nunca sabes lo que te va a tocar”. Aquella frase que tanto repetía Forrest Gump en la película del mismo nombre, nunca ha salido ni saldrá de mi cabeza porque, desde mi humilde punto de vista, refleja como pocas la “verdad verdadera” que es nuestra vida.
Allá por el mes de mayo, sentado frente a un, extrañamente, amable funcionario del Instituto Valenciano de la Juventud, me encontraba en la tesitura de coger un único bombón de todos los que ponía ante mis ojos aquel simpático señor. Es cierto que había tenido oportunidad de comprobar, a través de ese papelito explicativo-descriptivo que viene en todas las cajas de bombones, los ingredientes y sabores de cada uno, pero bien es cierto que, por mucho que tengas esa información previa, hay veces que te has llevado a la boca bombones que, pensando que te iban a gustar, no te resultan del todo deliciosos. Quizá movido por el exquisito bombón que había saboreado en el verano de 2010, un campo de trabajo con discapacitados físicos en Constantina (Sevilla), me decidí, nuevamente, por un “bombón social”, en detrimento de otras clases (medioambientales, culturales, etc.). En ese momento sentí que me elección era la acertada pero, a diferencia de los bombones reales, esos que van directamente de la caja a tu paladar, este bombón, el campo de trabajo con discapacitados intelectuales de PLACEAT en San Gil, no lo saborearía hasta tres meses después. Así que sólo restaba esperar y, llegado el momento, comprobar qué tipo de bombón me iba a deparar la vida.
Y, como todo en la vida, el momento llegó, precedido por algunas pinceladas de información añadidas vía e-mail por el gran “maestro de ceremonias”, el Director del Campo de trabajo, entonces Jesús, hoy “Chuchi”. Precisamente fue él, acompañado de Javi, uno de los monitores, y Javi y Almudena, dos de los voluntarios, quienes, el día 3 de agosto, en torno a las 13:00h. del mediodía, me recogían en la Estación de Tren de Plasencia. Se iniciaba así una experiencia que, sin temor a confundirme o a resultar exagerado, catalogaré como una de las experiencias de mi vida.
En honor a la verdad debo confesar que en los primeros instantes, cuando entré en contacto con los demás voluntarios y cuando posteriormente hicimos el reconocimiento de nuestro “campamento base”, me entraron las dudas y, quizá, por qué no reconocerlo, los temores: “¿Sintonizaré bien con chicos y chicas bastante más jóvenes que yo?”, ¿Soportaré quince días durmiendo en tienda de campaña, cuando hasta ahora, si hecho la vista atrás, creo que nunca lo he hecho?”… Curiosamente, entre mis miedos, algunos seguramente completamente infundados, en ningún momento rondó por mi cabeza el temor de no saber cómo afrontar el trato con los usuarios. En cualquier caso, si ese temor hubiese existido, se hubiese disipado inmediatamente la primera vez que nos encontramos con los usuarios. Allí estaban ellos, luciendo la mejor de sus sonrisas, tendiendo una mano amiga como si nos conociésemos de toda la vida, asumiendo con entusiasmo e ingenuidad la responsabilidad de romper el hielo para hacernos sentir a gusto, como en casa.
De este modo y quizá sin percatarnos de ello en ese momento preciso, habíamos comenzado a andar un camino de felicidad y enriquecimiento humano, de ese que traspasa la piel y se cuela directamente en el corazón, en el que, paradójicamente, eran los usuarios los encargados de allanarlo y limpiarlo de piedras para que cada paso nuestro, el de los voluntarios, se hiciese sobre nubes de algodón y cargado de felicidad. Sin duda, una gran paradoja de esta sociedad que se empeña –afortunadamente cada vez menos- en hacernos ver como discapacitados a personas que, emocionalmente, son mucho más capaces que nosotros y cuya saludable ingenuidad no les limita ni les frena a la hora de expresar abiertamente y sin tapujos sus sentimientos más puros.
Reflexiones personales aparte, compruebo con alegre sorpresa al escribir estas líneas cómo tengo serias dificultades para centrarme en hablar sobre este aspecto o este otro del campo de trabajo, ya que son tantos los recuerdos y las cosas de las que me gustaría hablar que mi mente va de un recuerdo a otro incapaz de detenerse o atrapar momentáneamente uno. Textualmente esta sensación podría expresarse así: Carlos Alberto canta “Úrsula que estás haciendo, tanto tiempo en la cocina…” e inmediatamente el resto de usuarios y voluntarios nos unimos a él; los viajes en las furgonetas se convierten en grandes momentos de cánticos, relatos, confesiones, sueños…; Javi “Chiquinino” nos asedia con disparos continuados de cámara fotográfica; ante nuestros ojos descubrimos otro de los increíbles rincones naturales de la desconocida y bella Extremadura; Saluqui me ofrece uno de los mejores abrazos que jamás he recibido, aderezado con un “ayyyyyyyyy”; “glu, glu, glu”, las burbujas de agua generadas al caer en una de las pozas de la espectacular Garganta de los Infiernos; Tomás y Miguel Ángel nos hacen saltar las lágrimas con sus palabras llenas de sentimiento y lógica aplastante en la fiesta de despedida; la vista, el olfato, el oído… agudizamos nuestros sentidos para disfrutar del “Túnel de los sentidos” preparado por los monitores; Goyita, como cada mañana que aterriza en la Finca, me brinda una sonrisa como pocas descubriré; Eva vuelve a expresar su reiterada queja “ay, qué cansá estoy”…
En definitiva, además de sentirme invadido por mis propios recuerdos que no hacen más que impedir que la sonrisa desaparezca de mi rostro, compruebo que, aunque pueda sonar a tópico, me resulta tremendamente complicado encontrar palabras con la fuerza comunicativa suficiente para expresar  las emociones, sensaciones y sentimientos vividos en San Gil, entre otras cosas porque quien creó los sentimientos lo hizo convencido de que debían ser expresados sin palabras.
Para quien no se haya dado cuenta a estas alturas de mi valoración, quizá le interese saber que escogí y, consecuentemente, disfruté de uno de los bombones más exquisitos de mi vida, elaborado con los mejores ingredientes (Javi “Chiquinino”, Saluqui, Carlos Alberto, Rocío, Tomás, Manolo, Luque,  Chencho, Miguel Ángel, Lorenzo, Eva, Goyita, Goyo, Mimi, Rubén, Luque, Javi Ferredelo, Alberto, Ricardo, Nacho, Jacinto, Facundo, Chanquete, Ana,  Álvaro, Javi, Chuchi, José Mari, Itxaso, Tania, Davinia, Isabel, Raquel, Lucía, Teresa, Ainara, Lourdes, Luis, Kepa, Javi, Almudena, Diana, Mariola, Natalia, Gloria, Fran y Julia).
La vida es como una caja de bombones, nunca sabes lo que te va a tocar”, pero, afortunadamente, los bombones dulces y deliciosos como éste atenúan el mal sabor de boca de los amargos.

 
MARIO LORENZO, voluntarios del Campo de Trabajo de San Gil y enamorado de la vida.

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