No sabía bien qué me
esperaba allí, no sabía cómo iba a ser el trato con ellos, ni cómo tenía que
comportarme, no sabía qué tipo de actividades íbamos a hacer ni cuánto tiempo
estaríamos con ellos. Y ahora digo que sólo hace falta vivirlo, y ya. Estar con
ellos es dejarte llevar, dejarte querer, y querer.
Su compañía se hace tan
hogar que un día que estuvimos sin ellos fue un día casi vacío, faltaba algo,
faltaba la risa de Lorenzo y sus chistes, o Mimi cantando, faltaban todos. Y
todos los voluntarios estuvimos de acuerdo con eso, ellos eran el centro
totalmente, los que daban vida al día.
Creo que toda persona
debe vivir una vez al menos en la vida una experiencia así, comprobar que estar
con gente discapacitada es algo normal, porque lo es, y comprobar que ellos te
cuidan más que tú a ellos, por mucho que lo intentes. Que nos quejamos de cosas
que no tienen importancia, y ellos sólo saben sonreír. Te aportan tanto que yo
por lo menos me quedo sin palabras.
Cuando leí las
valoraciones del año pasado y leí la palabra “familia”, pensé que exageraban,
pero no, realmente se forma una familia en dos semanas, incluso
en dos días, y es una sensación increíble cuando una carita que has besado
todos los días dándole los buenos días te dice: “te vamos a echar de menos,
nunca te podremos olvidar”.
San Gil para mí ya es
especial, y quiero volver, y voy a volver.
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