Me considero privilegiada, he tenido el placer de disfrutar del mundo de San Gil dos veranos en mi corta vida, pero es que sólo quien ha estado allí entenderá perfectamente esta necesidad de volver. Volver a ellos, los usuarios y usuarias de PLACEAT en San Gil, los auténticos/as protagonistas, en esta tierra tan maravillosa como es el norte de Extremadura.
El privilegio de contar con su compañía durante días es indescriptible. Y es que al final, cuando intentas describir y transmitir esta experiencia a otras personas, son los pequeños grandes detalles del día a día los que vienen a la memoria. Un Tomás diciéndote que ¡venga! ¡Que ya falta poco! Y te agarra fuerte de la mano para subir juntos la cuesta arriba de turno; una Saluki o una Luisa con sus sonrisas infinitas aunque estén sudando la gota gorda; un Miguel que, sin contar con la capacidad del habla, te expresa con un abrazo lo que tú no has podido expresar en toda tu vida; una Mimi que echa unos bailes de la canción que sea, en el momento que sea y te invita a que la acompañes. Y así un largo etcétera.
A esto se le une la suerte de haber
tenido unos compañeros tanto voluntarios como monitores espectaculares, unos
fuera de serie, me he pasado el campo diciéndoselo, pero es la pura realidad.
Juntos, usuarios, voluntarios y monitores, hemos creado un pequeño universo multicolor
lleno de cariño y de abrazos para dar y tomar. Y al terminar, otra vez he
sentido esa sensación de gratitud y de aprendizaje, de comprobar a modo
personal mi propia evolución en esta “segunda parte”, fue al final de esta
aventura cuando comprendí en toda su magnitud lo importante y necesaria que
había sido. Si yo he podido dejar una décima parte de la huella que San Gil ha
dejado en mí, me considero satisfecha.
Finalmente,
no quiero concluir esta valoración sin expresar un par de cosas. La primera,
que solo se consigue superar estigmas e ideas preconcebidas conociendo las
diferentes realidades desde la propia experiencia, sea sobre la diversidad
funcional o sobre cualquier otra cosa d este mundo, por lo que no solo es
importante vivirlo, sino que es necesario para la sociedad en la que vivimos.
La segunda, más íntima, decir que en
ese pequeño pedacito de Extremadura he conocido a personas que se quedarán en
mi corazón largo rato, he encontrado
amigos, y también un lugar al que sé que puedo volver y que me recibirán con
los brazos abiertos. Que no es poco.
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