viernes, 13 de febrero de 2015

Valoración Personal de Andrea Sixto, Voluntaria del Campo de Trabajo San Gil/Placeat 2014

El último día, en la emotiva dinámica final, se me atropellaban las palabras. Normalmente, cuando hablo en público acerca de mis emociones, percepciones o sentimientos, consigo mantener un discurso ordenado, sin embargo, en este caso no fue así. A lo largo de estos increíbles quince días de campo de trabajo, han sido demasiadas las experiencias vividas y compartidas, demasiado lo aprendido, disfrutado y reído.
Me considero privilegiada, he tenido el placer de disfrutar del mundo de San Gil dos veranos en mi corta vida, pero es que sólo quien ha estado allí entenderá perfectamente esta necesidad de volver. Volver a ellos, los usuarios y usuarias de PLACEAT en San Gil, los auténticos/as protagonistas, en esta tierra tan maravillosa como es el norte de Extremadura.
El  privilegio de contar con su compañía durante días es indescriptible. Y es que al final, cuando intentas describir y transmitir esta experiencia a otras personas, son los pequeños grandes detalles del día a día los que vienen a la memoria. Un Tomás diciéndote que ¡venga! ¡Que ya falta poco! Y te agarra fuerte de la mano para subir juntos la cuesta arriba de turno; una Saluki o una Luisa con sus sonrisas infinitas aunque estén sudando la gota gorda; un Miguel que, sin  contar con la capacidad del habla, te expresa con un abrazo lo que tú no has podido expresar en toda tu vida; una Mimi que echa unos bailes de la canción que sea, en el momento que sea y te invita a que la acompañes. Y así un largo etcétera.

A esto se le une la suerte de haber tenido unos compañeros tanto voluntarios como monitores espectaculares, unos fuera de serie, me he pasado el campo diciéndoselo, pero es la pura realidad. Juntos, usuarios, voluntarios y monitores, hemos creado un pequeño universo multicolor lleno de cariño y de abrazos para dar y tomar. Y al terminar, otra vez he sentido esa sensación de gratitud y de aprendizaje, de comprobar a modo personal mi propia evolución en esta “segunda parte”, fue al final de esta aventura cuando comprendí en toda su magnitud lo importante y necesaria que había sido. Si yo he podido dejar una décima parte de la huella que San Gil ha dejado en mí, me considero satisfecha.
Finalmente, no quiero concluir esta valoración sin expresar un par de cosas. La primera, que solo se consigue superar estigmas e ideas preconcebidas conociendo las diferentes realidades desde la propia experiencia, sea sobre la diversidad funcional o sobre cualquier otra cosa d este mundo, por lo que no solo es importante vivirlo, sino que es necesario para la sociedad en la que vivimos.

La segunda, más íntima, decir que en ese pequeño pedacito de Extremadura he conocido a personas que se quedarán en mi corazón  largo rato, he encontrado amigos, y también un lugar al que sé que puedo volver y que me recibirán con los brazos abiertos. Que no es poco.

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