viernes, 13 de febrero de 2015

Valoración Personal de Laura, Voluntaria del Campo de Trabajo 2014.

Después de una semana es más fácil reflexionar y tomar perspectiva. Sin embargo, me encuentro con que los recuerdos de San Gil son igual de vivos que cuando estaba allí. No se diluyen, no pierden brillo, no requieren esfuerzo.

El primer día estaba insegura, un poco asustada. Me preocupaba mi reacción con los usuarios, y la suya también. No tenía claro mi papel en el campo de trabajo. Sí, era una voluntaria, ¿pero voluntaria para qué? No era mi primer campo de trabajo, ya había ido a otros en los que la función del voluntario estaba muy clara: recuperar este camino, reconstruye este lavadero… Sin embargo, aquí no sabía que iba encontrarme específicamente. Sabía que iba a tratar con discapacitados intelectuales y cooperar con ellos para construir un jardín vertical. Nunca esperé que en tan pocos detalles fuesen a caber tantos momentos.

El primer contacto siempre es el más difícil, y si con una persona ya es complicado, con un grupo entero la dificultad se multiplica. ¡Qué alegría ver lo fácil que elloslo hicieron todo! Llegaron con los brazos abiertos, las sonrisas saliéndose de las caras y la ilusión como carta de presentación. Y todo fue como la seda, todo rodó. A veces nos quedamos cortos de palabras, no sabemos que decir. Queremos entablar conversación o empezar una relación con alguien  y no nos salen las palabras, ¡qué incómodo! Pues con los usuarios no hubo ni un instante de estos, de vacilación, de vergüenza. Para comunicarse no hacen falta las palabras, para comunicarse basta con sonreír, acariciar, abrazar, dar la mano, acariciar, besar… A ellos les sobran las palabras. Unos más extrovertidos y guasones, otros más tímidos. Exactamente igual que los voluntarios. Exactamente igual que cualquier otra persona. Oficialmente, los usuarios son llamados personas con discapacidad, pero a veces, como bien resaltaron otros voluntarios, su capacidad de dar cariño y expresar sus emociones da mil vueltas a las nuestras.


A medida que iban pasando los días, iba encontrando mi sitio en el campo de trabajo y entendiendo la función del voluntario aquí: ser uno mismo y desprejuiciarse. Entender, asimilar y sentir que las personas con las que estas tratando tienen la misma forma de sentir el mundo que tú tienes, que necesitan los mismo que tú y que les hace tan feliz como a ti bañarte en agua helada una tarde calurosa. Qué también son coquetos y les gustan las fotos, y lanzarse al agua. Llamar la atención, tener una conversación, aprender algo nuevo. Oler flores, contemplar animales, vaguear a la sombra. Trabajar, jugar y sentir. Sobre todo sentir. Te exigen corazón, que pongas ganas. Ser generoso no es fácil, pero imitando se aprende mucho.


Ya lo dije en la última dinámica: para mi, este campo de trabajo ha sido un intensivo de humanidad. La palabra humanidad es muy bonita y suena muy bien, pero cuando la quiero definir no sé cómo hacerlo. Pese a todo, yo siento que sé perfectamente el significado. Algo parecido me pasa con el campo de trabajo: no soy capaz de poner por palabras que ha significado para mi, pero dentro tengo las sensaciones y los recuerdos que me gritan una respuesta muy clara. A lo mejor tengo toda la experiencia un poco idealizada. Viendo las fotos me entra la nostalgia, y cada vez que el móvil vibra con un mensaje de alguno de mis compañeros me hace especial ilusión; pero yo creo que esto también demuestra cómo fueron esas dos semanas, tan bonitas e irreales que parece que me las invento.

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