Decía Calderón de la Barca que la vida es una ilusión, una sombra, una ficción, y que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.
Y no se equivocaba. Aquí la vida es ilusión a cada instante, es un sueño del que nos da miedo despertar. Y tan real como la vida misma. Decía también este ilustre escritor que la vida es un frenesí, y frenéticos son nuestros días, nuestras tardes y sus noches.
Me llamo Celia, vengo de Vélez-Málaga (Málaga), y voy a contaros uno de ellos.

El miércoles 12 de agosto no fue un día normal. Lo “normal”
no existe en San Gil. A las 8 de la mañana,
Alicia nos despertó de forma muy agradable, con música suave y el piar
de los pajarillos… Que no, que nos despertó echándonos agua con una pistola de
agua, entre gritos de “¡No!” y maldiciones varias. Después de ese despertar
fresquito, desayunamos y comenzamos el trabajo. Nos dividimos por grupos y
mientras unos limpiaban, otros quitaban malas hierbas, algunos otros ponían piedras para delimitar
senderos y otros tantos descubrían la gran pasión de sus vidas: pintar piedras
de blanco. También empezamos a crear carteles con fotos de todos los años del
Campo de Trabajo, desde 2010 a 2015 y, curiosamente, todos tenían una cosa en
común: todas y cada una de las fotos de todos y cada uno de los años
derrochaban alegría y felicidad por todos y cada uno de sus lados. Parece ser
que la alegría es el común denominador de San Gil.
Y cómo no va a serlo.
Sobre las dos de la tarde bajamos a la residencia Placeat y
almorzamos usuarios y voluntarios, como siempre, todos juntos y mezclados. Sin
siquiera tiempo para la Sagrada Siesta en los Sofás, que ya se ha convertido en
tradición indiscutible de todos los días, rápidamente nos montamos en las
furgos. Un día más, pusimos rumbo a la aventura. Esta vez, las
desconocidas-para algunos- tierras portuguesas.
Después de una hora y pico de furgosiesta para la gran
mayoría, los carteles de la carretera empezaron de pronto a aparecer en
portugués y Penha Garcia se elevaba en la ladera de una montaña. Aunque las
nubes encapotaban el cielo fuimos a una piscina natural en medio de las rocas
ladeadas de Penha Garcia y, entre baños de algunos valientes y rutas hacia el
castillo pasamos la tarde en uno de los lugares más bonitos que hemos visitado,
y eso que lugares bonitos por aquí no faltan.


Siete de la tarde, y rumbo a Galisteo. Al llegar allí
comenzamos rápidamente a preparar nuestra actuación, nos pintamos las caras y
poco a poco comenzaron a venir los primeros curiosos. A eso de las nueve
comenzamos nuestro pequeño espectáculo en el que aparecieron malabares, fuego y
monociclo, además de baile y más baile. Acto seguido dividimos a los niños por
edades y todos nosotros, voluntarios, usuarios y niños, comenzamos a hacer lo
que mejor sabemos: divertirnos. Tras dos horas de pintacaras, juegos de bolos,
de béisbol, la caza del zorro, bailes y risas y saltos llegó el momento de
despedirnos de los niños de Galisteo con nuestro baile insignia, entre otros
muchos.
“Disfruta las cosas buenas que tiene la vida”, dice la
canción. Y eso hacemos.
El día se acababa y, como cada noche, volvimos a la finca. Los
voluntarios descubrimos nuestros amigos sensibles y hubo muchos abrazos y nos
quedamos, una noche más, sobre las mantas y el césped, hablando de la vida como
si nos conociéramos de toda la vida, riendo hasta tener agujetas, mientras San
Lorenzo lloraba estrellas fugaces por el firmamento.