No puedo decir que tuviera miedo de que lxs chicxs de Placet no me aceptaran, de que no supiera como abrirme a ellos, de que tuviera alguna dificultad, sabía que eso iba a ir sobre ruedas; lo que nunca me imaginé seria que el primer día, en la piscina, iban a meterse en mi corazón para no volver a salir nunca. Son especiales, demasiado especiales, suena a tópico ¿verdad? lxs personas con discapacidad siempre tienen algo especial, pero esto es distinto. Lxs chicxs de Placeat son una familia, una familia enorme compartiendo un mismo alma, tienen la capacidad de hacerte sentir como en casa desde la primera vez que los ves, sin ser conscientes te arropan, te enseñan, te ayudan a levantarte, te conocen como si te hubieran visto nacer y te dejan quererlos, sentirlos, formar parte de su extensa familia. Cada vez que Miguel apoya la cabeza en tu hombro para que le des un abrazo sin soltar su botella de agua, cada vez que Saluqui te embriaga con su inseparable sonrisa, incluso cuando Lorenzo te pide que te sientes con él y no deja de hablar, cantar y acariciar sientes como el pecho se te hincha un poquito, desde la distancia creo que es el corazón intentando salir para tocarlos y contagiarse de su pureza y su inocencia. Podría nombrar a todos y cada uno de ellos porque de todos he aprendido algo, con todos he conocido una nueva sensación, todos me han tocado un poquito el corazón y todos se llevan una parte de mí. Tengo un gran privilegio, y es poder contaros mi experiencia en el campo y no quisiera dejar de animaros a conocer a la familia de Placeat, a que cada unx os toque un poquito el corazón y podáis decir que sois alguien nuevo, con la mente abierta, el corazón henchido y la piel llena de caricias que no se borran nunca.
Cabe destacar que este torbellino de
sensaciones y emociones no hubiera sido posible sin el grupo de voluntarios que
formamos nuestra propia familia. Haberlos conocido me tranquiliza porque me
demuestra que el mundo está lleno de gente distinta, con personalidades
totalmente diferentes que siguen un mismo camino. Cada uno de ellos ha aportado
algo a este campo de trabajo y cada uno de ellos me ha enseñado algo; desde el
primer día nos convertimos en un mismo ente, nos coordinamos, nos respetamos,
nos conocimos y servimos de apoyo unos a otros, si tan solo uno de vosotros no
estuviera nuestro castillo de naipes se hubiera tambaleado.
No puedo más que agradecer el que os
hubierais cruzado en mi camino y las fuerzas que me dais para seguir adelante
en el camino de la inclusión; han sido 15 días rodeada de voluntarios y
monitores que se agarraron de la mano y juntaron toda su fuerza creando una
energía tan especial que creo que todavía sigo en una realidad que no es la
mía. Si algo tengo claro es que intentaré no bajarme totalmente de esta
realidad, cerraré los ojos y volveré a ver a Juanjo dibujando, a Tomás luchando
por superarse en cada obstáculo, a Manuel siendo el ángel de la guarda que
todos querríamos tener a nuestro lado.
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